Para muchos estudiantes y profesionales del Diseño la tipografía es algo más que una herramienta de trabajo. Los tipos de letra, su procedencia, las diversas familias y su composición, sus matices y la evolución de cada tipo, tienen un gran significado, son algo vivo que late en todo lo escrito.

Adrian Frutiger dice que ‘Una tipografía debe estar diseñada de tal manera que nadie repare en ella.’ Un inquietante reto gráfico. En uno de sus libros se niega a concebir la tipografía como un fin en sí mismo, apuesta por subordinar el diseño a su finalidad práctica de servicio a las personas y defiende que el máximo logro al que puede aspirar el diseñador de tipos es que su tipografía pase desapercibida en su lectura. El contexto en el que se leerá una tipografía es vital: ‘Las líneas grises de la página de un libro se leen de distinta manera que las letras de una señalización. Hay una enorme diferencia entre leer tranquilamente sentado en el sillón y esperar estresado a embarcar en un avión. En cualquiera de estas situaciones el lector debe sentirse cómodo.

Nuestro colaborador y amigo Hernán Ordoñez, discípulo de Enrique Longinotti, reflexionaba así en una entrevista acerca del origen de la tipografía: «La tipografía no es sólo crear letras. Se trata de leer, escribir, mostrar, ocultar…Mira, desde los principios de la escritura hasta mañana y pasado, el sistema es el mismo. Existen unos soportes. Ayer fueron piedras, lápidas, telas, barro. Luego y hoy, es el papel. Y también la pantalla. Están las herramientas, claro. Fueron el cincel y el martillo. Después la pluma, la tinta y la pintura. Apareció Gutenberg. Se trajo la imprenta de China…la importó. Pero aquellas herramientas, aquellos tipos móviles, aquellos signos de plomo, fueron la gran revolución, una revolución sólo comparable con la de la informática actual. Aquí, el soporte es la pantalla, su herramienta, el ordenador.(…) La tipografía ha de ser pensada para nosotros. Para que podamos leer, entender, captar sus mensajes. En un tiempo, los usuarios eran sólo la gente ilustrada. La imprenta convirtió a todo ser humano, rico o pobre, en objetivo último y destinatario absoluto, de la tipografía. Pero, un detalle: no se trata únicamente de hacer surgir familias tipográficas en las que letras, números y signos compartan un mismo ADN. Estamos ante una historia en la que el diseñador, el diseñador de cualquier tiempo, ha debido leer mucho, escribir más y controlar el juego de saber mostrar, ocultar, transmitir, editar. Ha de decidir si quiere que sus letras sean vehículo de un mensaje que ha de ser entendido letra a letra, línea a línea, o si con sus familias desea inspirar sensaciones en el espectador. Un juego con la caligrafía árabe nos transmite imágenes muy distintas a si utilizas signos que recuerden a El acorazado Potemkin».

Siempre que hablamos de grandes descubrimientos, de cultura y del saber, nos topamos con la importancia de la lectura, la escritura, la expresión oral y escrita, la capacidad de comunicar, de emitir y recibir mensajes. A veces son mensajes de siempre, otras nuevos o que dicen de nuevo lo de siempre. Como diría Adrian Frutiger a los jóvenes diseñadores: «que no se dejen llevar sólo por la creatividad o las modas, sino también por las circunstancias, por la finalidad de la tipografía y por el entorno en que se encontrará».